Imagino un instante del pasado, algo sombrío y silencioso, en el que tengo ante mí un cuadro que hechiza, absorbe mi cuerpo, mis ojos, y atrae todo mi ser ante su presencia. Ahí está mirándome fijamente, impávido y altivo, dicho cuadro. Imaginación, realidad… No fue un sueño, ocurrió, mas tan leve y etéreo que a veces temo de si es recuerdo o entelequia. Adentrada en un salón, miraba al fondo una tabla pintada por Dino Valls, una obra que había visto muchas veces, miniaturizada en fotografías, y que ahora se erguía mostrándome los detalles. Su título es Ad Inferos, creada en el 2004. Del cuadro llamaron mi atención sobremanera unas letras escritas en la cinta de tela, que virtualmente estrangulaba las caderas desnudas de una joven. Los versos retumbaron en mi pecho y sospechaba que procedían de la Commedia dantesca, pero el temor a equivocarme selló mis labios y no alegué comentario al respecto. Enmudecí dando riendas sueltas a mi mente: pensando, anhelando recordar, sopesando sin que nadie lo notase. Llegué a la conclusión de que esas letras nunca las habría leído sin tener el cuadro real delante, a milímetros de mi nariz. Entendí que por mucho que hubiera visto las pinturas de Valls en revistas, libros o en cualquier otra clase de documentos, nunca habría podido saber los secretos y conjuros que el artista había formulado con los códigos de la escritura. Comprendí lo desconocidas que eran todavía sus obras, para mí y para muchos, ante la imposibilidad de leer los textos que el artífice había venido citando y colocando, formando un símil conceptual con las escenas recreadas, en sus cuadros.

Pintor, ¿qué escribes en el lienzo?, le pregunté, y de ahí surgió el impulso de crear un texto, un manual, un vademécum sin orden cronológico ni alfabético. Un libro que, en resumidas cuentas, recogiera y contara lo que Dino Valls ha estado escribiendo sobre sus cuadros. Sin la ayuda del artista habría sido imposible recoger toda la información necesaria: la cantidad de obras que contenían textos, la identificación o la posición en el cuadro de los mismos, o también la fuente de donde los había extraído. Gracias a su atención y a su esmerada recopilación de datos pude empaparme de su obra y reflexionar a la vez sobre la base teórica e intelectual que inspiraban a su pincel. Desde 1981 hasta el año 2010 extrajo de su catálogo cerca de cincuenta cuadros con textos, los cuales están irremediablemente conectados con toda la filosofía de su pintura y con todo aquello que lo conmueve, que despierta en él pasiones e inquietudes. Los escritos aparecen en diversos lugares -ya sean tallados en piedra, bordados en tela o incluso arañando la piel-, en distintos idiomas y procedentes también de varios campos teóricos; pero todos gravitando siempre alrededor de un único principio, la búsqueda de la verdad: el estudio de las esencias, de lo que mueve al universo y cómo nos afecta o de qué modo somos capaces de percibirlo.

Aquí, por tanto, inauguro el éxodo, el peregrinaje a los poros de los astros y a la inmensidad de las pupilas. Todo será un recorrido infundido por los textos y los cuadros. Oiremos historias en boca de personajes pintados, enfrentaremos a literatos con el bullicio de los músicos y las creencias de un científico. Las visiones del pintor hallarán, de ese modo, equilibrio entre pactos y desavenencias. Las obras se exhibirán en un orden de aparente casualidad, en busca de respuestas a esa pregunta ya formulada. Vagaremos cual Virgilio y Dante por caminos cilíndricos y en espiral. Husmearemos las maravillas y los espejos con pisadas de gigante o con imperceptibles pasos. Veremos a monstruos, torturados, a sabios y a locos. Esto será no más que un viaje al interior de Valls, un paseo a sus recuerdos, por los laberintos que dibujan sus neuronas y por la marea de sus latidos. Allí, sin embargo, no sabremos mucho de él; pero sí de nosotros.



















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